lunes, 8 de diciembre de 2025

Cuando lo imposible sucede

“Donde entra el sol, no entra el médico.” (Hipócrates)

“Un milagro sucede cuando cambias lágrimas por oración y miedo por Fe.” (San Francisco de Asís)

“Es mucho más importante qué persona tiene la enfermedad que qué enfermedad tiene la persona.” (Hipócrates) 

Pantallazo que hice del documental "Heal"


Lo que voy a contar a continuación es un hecho real que ocurrió en julio de 2024. Me sucedió a mí y a mi pareja y, aunque es una anécdota increíble que nuestros conocidos ya saben, siento que es importante compartirla aquí, en un espacio donde más personas puedan leerla y comprender el poder de la curación y la Fe. No me había atrevido a contar esto antes, porque se requiere coraje para hacerlo. Pero he llegado a un punto de mi vida en el que ya no me enfoco en lo negativo que pueda despertar lo que comparto, sino en lo positivo que puede generar.

En julio del año pasado, mi pareja, nuestro perro y yo fuimos a un camping en pleno Pirineo francés. Íbamos a salir de ruta, pero aunque lo intentamos con chubasqueros, la lluvia hacía la caminata demasiado difícil. Decidimos posponerla para el día siguiente, cuando el tiempo sería mejor. Además, ese día a él le dolía bastante la espalda. Tiene siete hernias y, a veces, el dolor es complicado. Así que lo dejamos para más adelante.

Aprovechamos para acercarnos a Lourdes, en el sur de Francia, porque mi pareja sabe que siempre había querido ir, y me sorprendió llevándome porque sabía que me haría ilusión. En otros viajes anteriores también habíamos estado en Fátima (Portugal) y en Covadonga (Asturias).

Soy una persona muy intuitiva; enseguida capto las energías de los lugares, y allí la energía era sobrecogedora. Además una intensa paz envolvía todo aquello. Desde el momento en que llegué, y durante las tres horas que pasamos recorriendo el lugar, sentí una presencia de amor y bondad indescriptible. Mi corazón se desbordaba. Tanto, que empecé a llorar de emoción. Era como si algo dentro de mí se estremeciera de forma profundamente conmovedora, pero positiva. Una emoción de amor tan intensa que jamás la había sentido en ningún otro sitio.

Mi pareja no es espiritual ni creyente; aun así, siempre me dice que si algo me hace feliz, a él le da paz. Y así fue. No se quejó en ningún momento, el pobre. Incluso le vi calmado y relajado, contagiado por cómo yo estaba viviendo aquel lugar. Por mi parte, no soy beata, ni monja, ni santa ni nada de eso. Pero profeso una gran Fe tanto a Jesucristo como a la Virgen y a Dios, desde que era muy pequeña.

Había personas de muchos países que llegaban en autobuses y hacían cola para ser bañadas en unas piscinas con fines de curación. Todo el mundo era amable y bondadoso. Después de recorrer el lugar y encender una vela, le dije que podíamos irnos; él no me metió prisa, porque sabía cuánto estaba disfrutando de aquel lugar sagrado.

Ya de camino a la salida, vi unas fuentes donde la gente recogía agua para llevársela. El agua de Lourdes es conocida por su carácter milagroso, así que, en un impulso, le pedí que nos detuviéramos y se levantara la camiseta por la espalda. Sonrió porque intuyó lo que iba a hacer. Me hizo caso. Cogí agua de la fuente y la puse en la zona donde le dolía, mientras pedía en voz alta a la Virgen que, por favor, curara su espalda.

Después regresamos al camping. Durante el camino de vuelta nos entró un sueño muy profundo así que decidimos dormir una siesta. El sueño fue tan intenso que nos despertamos cuatro horas después, ya de noche. No dábamos crédito porque no solemos dormir siestas tan largas. Nos íbamos a preparar para salir a cenar cuando, al levantarse, mi pareja me dijo visiblemente sorprendido: “No te lo vas a creer: no me duele absolutamente nada.” ¡Y claro que le creía! Le abracé y di gracias a la Virgen en voz alta.

Desde ese día, aquel dolor nunca volvió. De vez en cuando siente alguna molestia muscular en el lumbar, pero nada comparable a los dolores anteriores. Meses después tenía una revisión de sus hernias y, al hacerse la resonancia, el médico no entendía nada. Le dijo que, comparándola con la de 2010, no había rastro de las siete hernias. Que no sabía cómo explicarlo. Habían desaparecido por completo.

Mi pareja me dijo que, desde aquel día en Lourdes, jamás volvió a dolerle. Él no tiene seguro si aquello sucedió como causa directa del agua de la Virgen, por casualidad o lo que fuera, pero yo sí estoy segura de ello. No compartió con el médico lo que había sucedido, pero lo cierto es que las dos resonancias fueron una evidencia científica y empírica de un caso de curación. Al menos, para mí sí. 

Mi pareja respeta profundamente mis creencias y me apoya, igual que yo le escucho cuando habla de lo que le apasiona. Existe un respeto y un aprendizaje mutuo. Pero él no es espiritual ni nada por el estilo, más bien diría que todo lo contrario. Es terrenal, lógico, escéptico y extremadamente racional. Por eso somos complementarios: él me aporta pragmatismo, claridad, lógica y raciocinio; y yo, espiritualidad, empatía, creatividad y fantasía. Nos admiramos y nos sostenemos desde esa diferencia. Siempre le digo que es como Santo Tomás, fiel a la frase “si no lo veo, no lo creo”, como cuando necesitó meter el dedo en la herida del costado de Jesús para creer que había resucitado.

Con este relato verídico, solo quiero invitaros a abrir la posibilidad de que esto es real. Y le ha pasado precisamente a la persona más escéptica y menos creyente que conozco. La curación espontánea existe, como existen muchas otras formas de sanación que aún no comprendemos. Abramos la mente e indaguemos un poco. Por supuesto siempre hay que seguir las indicaciones médicas, pero, invito a que estemos abiertos a nuevas posibilidades si pueden sumar. 

No voy a entrar en debates sobre la actual medicina ni la industria farmacéutica; no estoy aquí para eso. He aprendido que mi opinión personal no debo darla a la ligera sobre temas tan controvertidos. Sé que en ella hay personas que trabajan con la genuina intención de mejorar la salud de otros. Pero también sabéis que soy crítica con ciertos aspectos. Así que dejaré en el aire estas preguntas, para que resuenen como un eco e inviten a reflexionar:

 ¿Es una de las "industrias" que más dinero gana?  ¿Tienen los mismos inversores y accionistas que la industria alimentaria? ¿Existe persecución y desprestigio hacia otro tipo de medicina? ¿El médico prescribe sin antes preguntarte si haces deporte, alimentación, hábitos tóxicos, si duermes bien, si tomas el sol o si pasas tiempo en la naturaleza así como por tus problemas emocionales? ¿Por qué no existe una cultura de la salud, sino solo un enfoque en la enfermedad? ¿Hay cada vez más enfermedades en gente joven? ¿Hay relación directa entre ciencia y financiación?

Recomiendo el documental Heal en Amazon Prime. Me gustó bastante ;) Y la película “El jardinero fiel” de 2005 con Rachel Weisz y Ralph Fiennes.


¡Súper abrazo!


Beatriz Casaus 2025 ©



miércoles, 3 de diciembre de 2025

Quién es tu dueño

 “La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz.” (Hermann Hesse)

"Algunas personas son tan pobres, que lo único que tienen es dinero." (Bob Marley)

“Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo.” ((Leon Tolstói)





La semana pasada fue el famoso Black Friday y, con la Navidades a la vuelta de la esquina, entramos en la época más consumista del año.  Por eso quiero compartir un recordatorio: consumir no nos hace felices; ayudar, crear y compartir tiempo con la gente que amamos, sí.

Vivimos en un mundo plenamente consumista. El consumo favorece el crecimiento de la economía, y por eso se nos insta a comprar, a desear, a implantarnos necesidades materiales que no necesitamos para que la rueda de la vorágine del consumo siga girando. Gastar es sinónimo de abundancia, pero no necesariamente de plenitud. Aquello a lo que estamos apegados es nuestro dueño. Y muchas personas se aferran a lo material.

Comprar algo nos produce dopamina, ese chispazo químico que nos regala un instante de alegría, un placer fugaz y efímero. Sin embargo, pasado un tiempo, el efecto desaparece y volvemos a necesitar otro estímulo, otra compra, otro pequeño fogonazo que alivie el vacío que nunca se llena. Porque el bienestar no se encuentra en el placer momentáneo, sino en algo que va mucho más allá. Lo material puede distraer con placer pasajero, pero la paz interior, no. Lo único que llena cualquier vacío es Dios, y Dios está dentro de cada uno, no en el mundo de las formas. Por lo tanto, fuera de ti, nunca encontrarás el gozo verdadero sino distracción.

Mucha gente que aparentemente lo tiene todo, vive, aun así, con un hueco interno que ninguna compra consigue tapar. Porque el bienestar interior no tiene nada que ver con el tamaño de la cuenta bancaria, ni con la marca del coche, ni con cuántos metros cuadrados tiene una casa. Sin embargo, la sociedad nos enseña lo contrario, que más es mejor. Más estatus. Tener más. Se nos educa en el querer cada vez más y no en agradecer. Se alimenta la codicia y la ambición, pero rara vez el espíritu.

He visto personas con sueldos mínimos que ríen de verdad, que disfrutan de un café al sol como si fuera oro, que abrazan la vida con gratitud sin importar lo poco o lo mucho que tengan. Y también he observado lo contrario: personas con cifras enormes en sus cuentas, que estrenan, que acumulan… y aun así se sienten vacías.
La diferencia es que las primeras agradecen mientras las segundas sienten que siempre les falta algo. Hay quienes poseen muchas cosas, pero no poseen paz. Y otros que poseen muy poco, pero viven llenos. Confundimos abundancia con bendición, y posesión con plenitud, pero no siempre es así.

Quien está verdaderamente bendecido es profundamente agradecido. No presume, no acumula sin medida. Sabe que todo lo que tiene es un regalo, y desde ahí experimenta humildad, serenidad y un deseo real de compartir. Cuando uno está lleno por dentro, deja de vivir únicamente para sí. En cambio, quien vive atrapado en lo material nunca se siente satisfecho. Cuanto más tiene, más quiere. La abundancia sin sentido es, en realidad, un vacío muy bien decorado. 

A la sociedad no le interesa que tengas dinero propio, por eso te invita todo el tiempo a gastarlo. No le interesa que seas independiente, por eso reprime al emprendedor con impuestos. No le interesa que pienses por ti mismo, por eso tenemos un sistema educativo que forma empleados, no mentes libres. Nadie enseña educación financiera, pero sí se enseña a ser productivo, obediente, funcional. La forma de vida que proponen es trabajar para otro, ascender, consumir y callar. Nunca me atrajo la idea de trabajar en una empresa sino la de crear, ser auténtica y fiel a mí misma, ayudar y hacer de este lugar del universo, un sitio mejor.

En el Evangelio de Lucas, capítulo 4, el diablo llevó a Jesús a lo alto de una montaña y le ofreció "todos los reinos del mundo con toda su gloria" a cambio de que se inclinara solo una vez ante él. Es decir, lo que este mundo glorifica no siempre viene de Dios, sino de lo contrario. Por eso no podemos juzgar la bendición divina por lo que alguien tiene. No podemos suponer que quien más posee es quien más ha sido bendecido. Muchas veces ocurre justo al revés. 

Lo material puede llenar las manos, pero no el corazón. Puede ofrecer brillo externo, pero nunca descanso interno. Puede deslumbrar como una joya, pero no acompañarte en la noche oscura del alma. Jesús repite en varias ocasiones en el Nuevo Testamento, que “su Reino no es de este mundo”. Con ello nos recuerda que las posesiones, la riqueza, el éxito o la fama no son indicadores de su reino, de lo divino. No determinan nuestra valía. Su Reino es otro: uno que se mide en amor, en humildad, en conciencia, en verdad interior. El reino del espíritu, no el material. 

Para los budistas, la práctica para el desapego es la meditación, para Jesús, es el amor. A sus discípulos les decía: "Dejadlo todo y seguidme". Pudo haber elegido criarse en una familia con comodidades y sin embargo eligió la más humilde y se dedicó a ser carpintero. Pudo vivir con los mayores lujos y no lo hizo. Se pudo rodear de la gente adinerada de la época, y sin embargo, se rodeaba de los pobres y enfermos. También tuvo amigos con dinero que le facilitaron cierto sustento (José de Arimatea entre otros) pero eran personas que seguían sus enseñanzas. 

Por eso nos invita a desprendernos del apego a lo terrenal, no para vivir sin nada, sino para no ser esclavos de aquello que poseemos. Porque lo único que permanece es el amor. Todo lo demás pasa. A veces creemos que tenerlo todo es ser feliz: casas, vidas de revista, teléfonos de último modelo… pero, cuando miras más de cerca, descubres que muchos de esos brillos no iluminan. Que debajo, se esconden personas rotas vistiendo lujos o almas agotadas sosteniendo apariencias.

Siempre he sentido que lo único verdaderamente importante es el amor. También existe un hecho indiscutible. Cuando dejamos este cuerpo, no nos llevamos nada material. Y estoy segura de que cuando lleguemos al otro lado, no te van a preguntar por tus cuentas bancarias, títulos o promociones laborales. Creo que las únicas preguntas que importan allí y que harán, serán: ¿Cuánto amaste? ¿A quién ayudaste sin esperar nada? ¿Cuánto estuviste presente en tu vida? ¿Qué impronta de amor dejaste?

Nada externo llena ni sana un corazón herido. Nada comprado cura una falta de propósito. Nada material sustituye el amor verdadero. La paz no se compra. La plenitud no se finge. Al alma no se le engaña.

El bienestar real nace de dentro. Lo dije al inicio y lo sostengo, crear da felicidad, (un poema, una canción, un dibujo, un jersey para tu hijo…) ayudar a otros da felicidad (ofrecer servicio a quien lo necesita) y estar con las personas que se ama, da felicidad. Pero no hablo de esa alegría fugaz que se enciende y se apaga, sino de la que permanece. La que deja un poso cálido en el alma. 

La verdadera plenitud nace de la gratitud, de la coherencia entre lo que se siente y lo que se vive, de la calma que no depende de circunstancias externas, de la fe que sostiene y de un corazón limpio. Puedes tener poco y sentirte inmensamente rico, o poseerlo todo y sentir que no tienes nada. Porque la abundancia es otra cosa y no tiene que ver con lo que se tiene. Sino con lo que cultivamos en el interior, lo invisible.

Se trata de cambiar ambición por significado. Y sobre todo decidir a qué entregas tu vida y tu corazón…

¡Abrazote!


Beatriz Casaus 2025 ©