miércoles, 3 de diciembre de 2025

Quién es tu dueño

 “La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz.” (Hermann Hesse)

"Algunas personas son tan pobres, que lo único que tienen es dinero." (Bob Marley)

“Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo.” ((Leon Tolstói)





La semana pasada fue el famoso Black Friday y, con la Navidades a la vuelta de la esquina, entramos en la época más consumista del año.  Por eso quiero compartir un recordatorio: consumir no nos hace felices; ayudar, crear y compartir tiempo con la gente que amamos, sí.

Vivimos en un mundo plenamente consumista. El consumo favorece el crecimiento de la economía, y por eso se nos insta a comprar, a desear, a implantarnos necesidades materiales que no necesitamos para que la rueda de la vorágine del consumo siga girando. Gastar es sinónimo de abundancia, pero no necesariamente de plenitud. Aquello a lo que estamos apegados es nuestro dueño. Y muchas personas se aferran a lo material.

Comprar algo nos produce dopamina, ese chispazo químico que nos regala un instante de alegría, un placer fugaz y efímero. Sin embargo, pasado un tiempo, el efecto desaparece y volvemos a necesitar otro estímulo, otra compra, otro pequeño fogonazo que alivie el vacío que nunca se llena. Porque el bienestar no se encuentra en el placer momentáneo, sino en algo que va mucho más allá. Lo material puede distraer con placer pasajero, pero la paz interior, no. Lo único que llena cualquier vacío es Dios, y Dios está dentro de cada uno, no en el mundo de las formas. Por lo tanto, fuera de ti, nunca encontrarás el gozo verdadero sino distracción.

Mucha gente que aparentemente lo tiene todo, vive, aun así, con un hueco interno que ninguna compra consigue tapar. Porque el bienestar interior no tiene nada que ver con el tamaño de la cuenta bancaria, ni con la marca del coche, ni con cuántos metros cuadrados tiene una casa. Sin embargo, la sociedad nos enseña lo contrario, que más es mejor. Más estatus. Tener más. Se nos educa en el querer cada vez más y no en agradecer. Se alimenta la codicia y la ambición, pero rara vez el espíritu.

He visto personas con sueldos mínimos que ríen de verdad, que disfrutan de un café al sol como si fuera oro, que abrazan la vida con gratitud sin importar lo poco o lo mucho que tengan. Y también he observado lo contrario: personas con cifras enormes en sus cuentas, que estrenan, que acumulan… y aun así se sienten vacías.
La diferencia es que las primeras agradecen mientras las segundas sienten que siempre les falta algo. Hay quienes poseen muchas cosas, pero no poseen paz. Y otros que poseen muy poco, pero viven llenos. Confundimos abundancia con bendición, y posesión con plenitud, pero no siempre es así.

Quien está verdaderamente bendecido es profundamente agradecido. No presume, no acumula sin medida. Sabe que todo lo que tiene es un regalo, y desde ahí experimenta humildad, serenidad y un deseo real de compartir. Cuando uno está lleno por dentro, deja de vivir únicamente para sí. En cambio, quien vive atrapado en lo material nunca se siente satisfecho. Cuanto más tiene, más quiere. La abundancia sin sentido es, en realidad, un vacío muy bien decorado. 

A la sociedad no le interesa que tengas dinero propio, por eso te invita todo el tiempo a gastarlo. No le interesa que seas independiente, por eso reprime al emprendedor con impuestos. No le interesa que pienses por ti mismo, por eso tenemos un sistema educativo que forma empleados, no mentes libres. Nadie enseña educación financiera, pero sí se enseña a ser productivo, obediente, funcional. La forma de vida que proponen es trabajar para otro, ascender, consumir y callar. Nunca me atrajo la idea de trabajar en una empresa sino la de crear, ser auténtica y fiel a mí misma, ayudar y hacer de este lugar del universo, un sitio mejor.

En el Evangelio de Lucas, capítulo 4, el diablo llevó a Jesús a lo alto de una montaña y le ofreció "todos los reinos del mundo con toda su gloria" a cambio de que se inclinara solo una vez ante él. Es decir, lo que este mundo glorifica no siempre viene de Dios, sino de lo contrario. Por eso no podemos juzgar la bendición divina por lo que alguien tiene. No podemos suponer que quien más posee es quien más ha sido bendecido. Muchas veces ocurre justo al revés. 

Lo material puede llenar las manos, pero no el corazón. Puede ofrecer brillo externo, pero nunca descanso interno. Puede deslumbrar como una joya, pero no acompañarte en la noche oscura del alma. Jesús repite en varias ocasiones en el Nuevo Testamento, que “su Reino no es de este mundo”. Con ello nos recuerda que las posesiones, la riqueza, el éxito o la fama no son indicadores de su reino, de lo divino. No determinan nuestra valía. Su Reino es otro: uno que se mide en amor, en humildad, en conciencia, en verdad interior. El reino del espíritu, no el material. 

Para los budistas, la práctica para el desapego es la meditación, para Jesús, es el amor. A sus discípulos les decía: "Dejadlo todo y seguidme". Pudo haber elegido criarse en una familia con comodidades y sin embargo eligió la más humilde y se dedicó a ser carpintero. Pudo vivir con los mayores lujos y no lo hizo. Se pudo rodear de la gente adinerada de la época, y sin embargo, se rodeaba de los pobres y enfermos. También tuvo amigos con dinero que le facilitaron cierto sustento (José de Arimatea entre otros) pero eran personas que seguían sus enseñanzas. 

Por eso nos invita a desprendernos del apego a lo terrenal, no para vivir sin nada, sino para no ser esclavos de aquello que poseemos. Porque lo único que permanece es el amor. Todo lo demás pasa. A veces creemos que tenerlo todo es ser feliz: casas, vidas de revista, teléfonos de último modelo… pero, cuando miras más de cerca, descubres que muchos de esos brillos no iluminan. Que debajo, se esconden personas rotas vistiendo lujos o almas agotadas sosteniendo apariencias.

Siempre he sentido que lo único verdaderamente importante es el amor. También existe un hecho indiscutible. Cuando dejamos este cuerpo, no nos llevamos nada material. Y estoy segura de que cuando lleguemos al otro lado, no te van a preguntar por tus cuentas bancarias, títulos o promociones laborales. Creo que las únicas preguntas que importan allí y que harán, serán: ¿Cuánto amaste? ¿A quién ayudaste sin esperar nada? ¿Cuánto estuviste presente en tu vida? ¿Qué impronta de amor dejaste?

Nada externo llena ni sana un corazón herido. Nada comprado cura una falta de propósito. Nada material sustituye el amor verdadero. La paz no se compra. La plenitud no se finge. Al alma no se le engaña.

El bienestar real nace de dentro. Lo dije al inicio y lo sostengo, crear da felicidad, (un poema, una canción, un dibujo, un jersey para tu hijo…) ayudar a otros da felicidad (ofrecer servicio a quien lo necesita) y estar con las personas que se ama, da felicidad. Pero no hablo de esa alegría fugaz que se enciende y se apaga, sino de la que permanece. La que deja un poso cálido en el alma. 

La verdadera plenitud nace de la gratitud, de la coherencia entre lo que se siente y lo que se vive, de la calma que no depende de circunstancias externas, de la fe que sostiene y de un corazón limpio. Puedes tener poco y sentirte inmensamente rico, o poseerlo todo y sentir que no tienes nada. Porque la abundancia es otra cosa y no tiene que ver con lo que se tiene. Sino con lo que cultivamos en el interior, lo invisible.

Se trata de cambiar ambición por significado. Y sobre todo decidir a qué entregas tu vida y tu corazón…

¡Abrazote!


Beatriz Casaus 2025 ©




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