“Lo mejor del mundo es saber cómo pertenecer a uno mismo.” (Michel de Montaigne)
“Tú mismo, tanto como cualquier otro ser en el universo entero, mereces tu propio amor y afecto.” (Buda)
“Ser dueño de nuestras historias y amarnos a nosotros mismos a través de ese proceso, es lo más valiente que jamás haremos.” (Brené Brown)
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| La vibe de estar en paz con mi cuerpo |
Hoy voy a abrir una pequeña ventana a mi pasado. Se ve que los genes morenos de mi padre prevalecieron sobre los de mi madre: ella es rubia de ojos azules y él, moreno de pura cepa. Por dentro, en cambio, soy una mezcla de ambos: mi madre me enseñó su mirada de bondad hacia el mundo, y mi padre, su incansable afán de aprender y su inquietud por la cultura. Entre tantas otras cosas.
Como muchas personas en esta sociedad, hubo momentos en los que me sentí insegura por mi físico. Pero gracias al trabajo interno, hace años aprendí a amarme, a no minimizarme y a dejar de esconderme para no incomodar. Por eso no temo mostrarme en fotos ni a habitar mi cuerpo. Aceptarme se convirtió en uno de mis verbos preferidos.
Y antes de hablar de lo mío, me parece importante recordar que incluso mujeres admiradas en todo el mundo pasaron por experiencias similares. La para mí, diosa Nicole Kidman, confesó que lo pasó mal durante su etapa escolar debido a su estatura, en una entrevista comentaba: “Medía casi 1.80 a los 14 años. Me molestaban, y no era agradable. Toda mi vida quise ser alguien de 1.58 y curvilínea”. La otra diosa del Olimpo Charlize Theron, comentaba que se metían con ella por lo mismo. Me parece desacertadísimo teniendo en cuenta que esa mujer es, para mí, un milagro de la naturaleza.
En mi caso, salvando siempre las inalcanzables distancias, ocurrió algo parecido. De los 12 a los 15 años, algunas niñas se burlaban de mí por mis pies, porque calzaba un 41 a esa edad. Ellas presumían de una talla 35-36. Como siempre he tenido sentido del humor, lo encajaba como podía, pero aquello no dejaba de doler. Desde parvulario solía ser la alta de la clase y la “demasiado delgada”. Mi cuerpo, sin pretenderlo, siempre fue tema de debate mucho antes de que yo aprendiera a habitarlo en vez de juzgarlo. Y por aquel entonces ya lidiaba con trastornos de la alimentación diagnosticados por profesionales.
Hoy, sigo calzando un 41 de pie, porque mido 1.72-1.73 m (depende de la farmacia, jeje). Nadie nos explicó que la talla del pie adelantaba una proporción con la estatura. Con el tiempo descubrí que mi pie no era desproporcionado sino que era proporcional. Y sobre mi delgadez: superé mis batallas con la autoexigencia corporal, y, sin pelearme con la comida, hoy mi talla XS/34 es simplemente consecuencia de estar bien, aunque algunas personas sigan opinando que es “demasiado delgada”. (Mis padres son delgados por constitución; algo tendrá que ver). No me avergüenzo de nada de mi cuerpo. Todo lo contrario, lo celebro. Me siento afortunada de haber hecho las paces con él. De tener un cuerpo que responde, se fortalece y me sostiene. La reconciliación más importante es con uno mismo.
Imagino que, como las excompañeras de Nicole y Charlize, aquellas niñas, hoy adultas, quizá no se sientan orgullosas de cómo hicieron sentir a otras. No era maldad, era inseguridad y miedo mal gestionado. Se reían de quien despertaba lo que no sabían gestionar. (Lo irónico es que yo también era insegura y nunca hice algo así) Sé poco de ellas, salvo que conservan su número de pie. Cada una siguió su camino y creció a su manera.
La lección que quiero dejar es que nada justifica una burla, sobre todo a ciertas edades en las que aún no hemos construido nuestras propias herramientas personales para protegernos. Se puede hacer mucho daño y cargarlo durante el resto de la vida si no se sabe sanar. Todos debemos aprender a habitar nuestra piel en paz. Y sobre todo, dejar a los demás tranquilos. Si no te gusta lo que ves en el espejo, cámbialo. Pero no se hiere a otro por miedo a mirar adentro.
Todo esto me llevó a comprender algo más amplio. La vida no se ordena para complacernos. Y ahí entra la entropía. Por ello, a continuación, os dejo un poema sobre disfrutar dentro del caos que es la vida, porque nada en ella es perfecto. La ciencia lo explica con claridad: la segunda ley de la termodinámica dice que la entropía, la medida del desorden, siempre aumenta con el tiempo. Todo tiende al caos. Nada permanece quieto ni perfectamente ordenado. Y cuanto antes nos acostumbremos a nadar en sus aguas indómitas, sin control y en perfecto desorden, antes empezaremos a disfrutarla. Vivir no va de controlar, sino de fluir.
“La segunda ley de la termodinámica establece que la entropía (medida del desorden) de un sistema aislado siempre tiende a aumentar con el tiempo. Esto significa que los sistemas evolucionan naturalmente hacia un estado de mayor desorden y aleatoriedad.”
Entropía
Con cada amanecer
la cuenta comienza de cero,
como si el mundo
fingiera pureza
en cada nueva oportunidad.
Qué queda pendiente de disolver
en esta delicada burocracia del alma.
Dentro de la ansiada perfección
intentamos practicar
una cirugía a la vida.
Meta pendiente:
aprender a ver
en lo borroso del desorden,
bailar descalza en el caos,
saborear la confusión,
dilucidar claridad
en el fárrago de la mente.
La voz astuta de dentro susurra,
pero cuando hay demasiado ruido
no se escucha.
Y este mundo distrae
con miedo y ruido.
Mientras,
el cuerpo delata la verdad implacable:
un temblor que nadie ve,
la fiebre señala
lo que se calla,
un dolor inesperado,
la taquicardia traidora
que una emoción desboca.
Intentamos domesticar la intuición
en vez de fiarnos de su voz,
cuando es lo único que da paz
al cuerpo desgastado
bajo la piel
de un presente no vivido.
Esperamos que todo esté en orden
para seguir,
como quien aguarda
a que cicatrice el tiempo
antes de dar el siguiente paso.
Ahí se pierde la coherencia:
asumir que nunca nada va a estar en orden;
en una vida siempre falla algo;
nunca todo va a ser perfecto.
Encontrar silencio en el ruido,
saber que se puede estar bien
aunque algo duela.
También se puede empezar,
sin estar listo.
Fluir en la angustia de la entropía,
no controlar lo que no es asunto mío,
sino el de la vida.
Nunca es el momento idóneo para nada,
por eso siempre es el momento idóneo.
No hay nadie seguro del todo.
Hay un espejismo subyacente:
la perfección es de naturaleza distraída.
Es admirable su constancia
por querer ser protagonista;
es más bien escurridiza, inalcanzable
y tan falsa como una falda que no es corta.
Perseguirla es un delirio
que puede ser tragedia.
Nos empeñamos en anestesiar
con la sed de ordenar,
controlar, asegurar.
Es agarrarse al miedo
sin saltar al vacío.
El orden es apenas
la rebeldía momentánea
contra la naturaleza de las cosas.
No siempre se está preparado.
A veces hay que transitar
el camino sin saberlo.
Comenzar a andar
sin estarlo.
Un pilar consciente:
La rutina sostiene un espacio muy grande
entre el deseo y el sometimiento.
La incertidumbre acompaña
sin darte la mano.
El desastre,
también sostiene.
Avanzar entre la paja,
abrir la puerta a lo desconocido,
y dejar que el mundo,
con su torpeza,
nos sorprenda.
Beatriz Casaus 2025 ©


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