domingo, 21 de julio de 2013

El whisky no sabe igual por la mañana

  El escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento. Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo, reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente, y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista”. (Vargas Llosa: “La literatura es fuego” – 1967).

En la mañana del 7 de febrero de 1931, unas horas antes de contraer matrimonio, Amelia Earhart, se sentó a escribir esta carta dirigida a su futuro esposo, George P. Putnam. Amelia era ya por aquel entonces un mito de la aventura, en 1927 se había convertido en la primera mujer que cruzaba el Atlántico en monoplano.Creo que esta es la carta de amor más hermosa, libre y valiente que he leído:
“Querido GPP,
Creo que debería dejar escritas algunas cosas antes de que nos casemos, aunque ya hayamos hablado muchas veces sobre ellas.Tengo que reiterarte mis dudas con respecto al matrimonio, mi sensación de renunciar a oportunidades en un trabajo que tanto significa para mí. Tengo la sensación de que casarme es una de las decisiones más estúpidas que jamás he tomado. Sé que habrá compesaciones, pero no puedo ocultarte mis dudas.Para nuestra vida en común quiero que comprendas que no estarás sometido a ningún código de fidelidad y que yo tampoco me considero atada a ti. Si somos honestos, podremos evitar las dificultades que surgirán si tú o yo nos enamoramos de otra persona.Por favor, no interferamos en el trabajo del otro, ni permitamos que el resto del mundo contemple nuestras alegrías o desacuerdos. En este sentido, voy a tener que mantener algún lugar donde pueda ser profundamente yo misma. No puedo soportar los confinamientos, por muy atractiva que sea la jaula.Debo exigirte una promesa cruel: que me dejarás marchar dentro de un año si no hemos encontrado la felicidad juntos.Voy a tratar de hacerlo lo mejor posible y ofrecerte esa parte de mí que conoces y que tanto quieres”.
A.E.
George y Amelia contrajeron matrimonio aquella misma tarde y permanecieron juntos hasta la trágica desaparición de Amelia en 1937, cuando intentaba circunnavegar la Tierra en monoplano. A continuación os dejo con un mini-relato escrito en primera persona, pero para que no haya equívocos, aclaro como tantas veces lo he hecho antes que sale de mi imaginación y que no es autobiográfico. Besitos a todos.


El whiskey no sabe igual por la mañana

Hay un hueco en el colchón que ha dejado un cuerpo ajeno al mío. Se ha dejado su aroma olvidado en la almohada y eso no se lo perdono. Ahora cada vez que me cambie de lado, tendré que recordar lo que era compartir mi lecho, o la necesidad de tener a alguien en quien apoyar la cabeza, tratando de buscar la ternura en lo que se tiene más a mano. Tenía una especie de vacío en su mirada que yo anhelaba completar, un desliz muy propio de alguien ilusa como yo que se enamora de tipos problemáticos. Es la primera vez en mucho tiempo que me gusta tanto un olor. Creo que me estoy volviendo adicta a la fragancia de un conocido que desconozco muy bien, tan adicta, como lo somos todos al sufrimiento, hasta que nos damos cuenta del error y nos volvemos adictos al placer, que también es otro error.
Voy a darme una ducha. Tengo la creencia o más bien la estúpida esperanza, de que cada vez que lo hago todo empieza de nuevo. Salgo como una persona nueva y renovada, aparte de oliendo mejor. A partir de hoy, y durante veintinueve días lo habré olvidado, lo sé. Pero aún es reciente y todo adquiere un halo melodramático exasperante, como si formara parte del elenco protagonista de Madame Butterfly. En un mismo mes, he perdido la salud y las llaves de mi casa. Son dos cosas demasiado relevantes como para olvidarse de ellas y de las que sólo te das cuenta de su importancia hasta que las pierdes. Cuando perdí lo primero pensé en mi orgullo, en su tamaño y en cómo reducir su diámetro para llamarle. Mi médico por su parte, me recomendó que empezara a hacer vida normal y yo le pregunté que qué era eso. Él se rió, pero yo lo preguntaba en serio. Supongo que se refería a dedicar las veinticuatro horas del día a vivir de un modo convencional. Desayunar, trabajar, comer, pasear, cenar, dormir… pero mi ciclo circadiano es opuesto. Salgo los lunes y martes por la noche, intento desayunar antes de acostarme y despertarme bebiendo, sin embargo no encaja bien. Nadie te vende un croissant recién horneado a partir de las ocho de la tarde y el whisky no sabe igual por la mañana.  
Han pasado treinta días y aquel conocido se ha transformado en desconocido y en el recuerdo de un mísero hueco del lado derecho de mi cama. Eso me hace preguntarme cómo me recordarán a mí. Pongo ahínco en que sea por mi interés en convertirme en palabras, en señalar emociones, en criticar injusticias y en vivir al revés de las agujas del reloj. Prefiero que se me recuerde así, que por una cavidad en la cama de alguien. Muchos pensarán que estoy majareta perdida, pero a mí me parece desoladora la alternativa.
Sigo sin encontrar mis llaves, pero he recobrado lo más importante, mi salud y la certeza de que al final los cuatro gatos que salimos los martes por la noche, perdemos las llaves de casa tarde o temprano y por eso habitamos las ajenas con mucha más facilidad.
  
Beatriz Casaus 2013 ©


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