“He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.” (El principito, Antoine de Saint-Exupéry)
Soy una persona a la que le gusta
dar abrazos de corazón. Y si son de esos que duran, mejor. De los que nutren. Los
valoro mucho por lo beneficiosos que son y sin embargo no somos conscientes de
esos beneficios, ni se nos habla acerca de ello.
Durante el acto de abrazar, se
estabiliza la energía del campo electromagnético que está desbalanceada o
bloqueada. Según el científico Gregg Braden, quien ha comprobado a través de
sus experimentos científicos que el corazón emite una frecuencia con fotones de
luz, se ha podido cuantificar científicamente que algunas personas emiten
frecuencias de hasta cinco metros de distancia.
Esos fotones son información que se
emite de las emociones y sentimientos, así que cuando dos personas están abrazadas,
en ese momento se da una interconexión de esos fotones, de esa información. Y
es en esa interacción cuando se produce un equilibrio y se nivelan las
energías.
El corazón es el órgano que emite más
energía electromagnética del cuerpo humano, y existen, para asombro de muchos, neuronas
del corazón.
Por ello, tendríamos que aprender
a pensar con el corazón y a cambiar del paradigma de la mente al del corazón,
pues tiene un campo electromagnético que es unas cinco mil veces más potente
que el del cerebro.
Abrazar es una forma sencilla de
comunicarnos con nuestro corazón y con el de la otra persona, es un ejercicio que
nos conecta y que además hace sentir bien de forma instantánea.
Así que pues eso, ¡un fuerte
abrazo!
Aquí dejo mi particular visión de
lo que significan para mí:
El camino del abrazo
El abrazo es el camino que acorta
la separación entre dos personas,
permanece intacto en nuestra
memoria
y eterno en nuestros corazones.
Es mágico.
Es la pomada para un alma rota.
El alivio para el que padece.
La expresión más elevada del
aprecio.
Es la ofrenda más bonita y
desinteresada.
El remedio más curativo que
existe.
Sacia la necesidad de afecto
y
calma la soledad.
El anhelo materializado de la
unión entre dos seres.
La distancia más cercana entre dos
personas.
Se trata, de la expresión física
del amor en este mundo.
Es el contacto directo de dos
corazones
en esa simbiosis en la que se
juntan por un instante,
se produce el gozo
y la dicha del reconocimiento
mutuo.
Deja una huella imborrable en
nuestro interior.
Es el camino más rápido hacia
nuestro corazón
y al de la otra persona.
Es el arreglo inmediato del
malestar
y equilibrador de las emociones.
Aquieta la mente, repara heridas,
arropa con calidez,
no tiene ninguna
contraindicación.
En el instante en el que se
produce un abrazo,
el mundo se reinicia.
Todo alrededor para, se calla.
Es lo más sagrado y a la vez lo
más fácil que podemos brindar.
Está al alcance de nuestros brazos y manos.
Dar un abrazo es un acto de bondad,
de generosidad.
Nos inunda colmando de ternura, de cariño.
Es un gesto de apoyo y
fraternidad.
Nos recuerda que aunque demos un
abrazo,
en realidad es recíproco,
porque también somos abrazados.
Se necesitan dos personas para
hacerlo posible.
Es altamente satisfactorio para
quien lo da
como para quien lo recibe.
Es el recordatorio que sin el “TÚ”
no puede medrar el “YO”.
Necesitamos del otro para poder
expresar y recibir amor.
Gracias al otro, lo
experimentamos.
Es expandir el pecho y estirar los
brazos para recibir.
Abrazar es dar,
al otro y a nosotros mismos.
Es no temer, en el abrazo
llega el olvido de todo lo que no es
para recibir lo único que importa.
Abrazar es el homenaje a nuestra
verdadera naturaleza,
la que reside en la entrega.
No habría sentido sin abrazos.
Aunque a veces
los hayamos olvidado.
Tendríamos que abrazarnos más.
Beatriz Casaus 2025 ©