jueves, 16 de enero de 2025

Apreciemos el brillo ajeno

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones minan y hurtan; sino haceos, tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde los ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:19)


 

La envidia nunca la he trabajado. Es un sentimiento pueril que no experimento ni he experimentado por mucho que cueste creerlo. Sin embargo es un hábito muy practicado por el ser humano formando parte incluso, de uno de los pecados capitales. Así que no es baladí ni estamos hablando de cualquier cosa, sino que es uno de los mayores agujeros negros en los que se puede caer y que hace bajar directamente al abismo del inframundo humano.  

Es un sentimiento muy negativo que no lleva a nada bueno y de una vibración muy baja que puede hacernos atraer circunstancias poco positivas a nuestras vidas. Por eso es sumamente importante tener y hacer limpieza mental. Cuidar muy mucho aquello que pensamos y sentimos y si no son sentimientos ni pensamientos elevados, es mejor soltarlos, porque el único perjudicado es uno mismo.

Yo cuido mucho mis pensamientos y me intento mantener limpia. Así como cuido y limpio mi cuerpo físico, cuido y limpio mi mente a diario. Soy muy consciente de que somos energía y que nuestra vibración depende de aquello en lo que ponemos nuestra atención, por lo que más nos vale cuidarla y mantenerla alta.

Hay personas tan pobres, que solo tienen dinero y que envidian la luz de otras personas. Esa luz o brillo, no se puede comprar ni con todo el oro del mundo y eso les debe frustrar. Como bien apunta el versículo del Evangelio de San Mateo, “pon tus tesoros en tu corazón, donde los ladrones no entren y roben”, es mejor dedicarnos a cultivar esos tesoros internos en vez de dedicarnos a mandar malas energías a otros. Porque al final, todo se devuelve.

Dejemos que cada uno sea como sea y alegrémonos por ello. Como decía María Teresa de Calcuta, “en el nivel del espíritu todos somos hermanos”, y a un hermano no se le puede envidiar, sino querer. (Como apunte personal, decir, que estoy muy orgullosa de que una de las mayores bendiciones de mi vida sean mis hermanos de sangre, jeje)

No me he librado sin embargo de experimentar otro sentimiento bajo como es, por ejemplo los celos, aunque gracias a Dios me he trabajado bastante como para superar esa herida. En realidad todos la tenemos, pero no todos se hacen cargo de ella y es bastante nocivo como para no hacerlo. No obstante en el caso de la envidia, no lo concibo. No vivo en competencia con nadie y me alegro del bien ajeno, es más, lo celebro.

Reconozco lo bueno de las personas y no tengo ningún interés en conseguir lo que alguien tenga, verdaderamente me da exactamente igual, sobre todo teniendo en cuenta que mis tesoros intento guardarlos en mi corazón y no depositarlos en bienes materiales. No tengo codicia y mi ambición está inclinada hacia lo espiritual o artístico.

Si alguien es mejor que yo en algo, me alegro y se lo digo. No tengo reparo en manifestar una obviedad que considero bueno resaltar para darle valor. Siempre es acertado decir un comentario positivo a alguien, le puedes alegrar el día, en vez de hacer un comentario negativo que en el fondo esconde envidia.

Hay una frase que dice que es de ser inteligente rodearse de personas más inteligentes que uno y eso lo aplico en mi vida totalmente. Me encanta rodearme de gente mucho más inteligente que yo de la que poder aprender. Pues siempre van a aportar algo positivo. Y eso es en lo que hay que enfocarse, en crecer como persona y en convertirnos cada día en nuestra mejor versión. Si todos nos enfocáramos en eso estoy segura de que la envidia desaparecería porque estaríamos más preocupados en otros menesteres que dan mucho más sentido a nuestras vidas. Si nos enfocáramos en ser mejor personas, otro gallo cantaría.  

Lo que sí me ha pasado a lo largo de mi vida, es que he sufrido mucho esto. Es decir, he sufrido la envidia siempre. Me considero una persona absolutamente normal, por lo que no entiendo que me pase, pero sí creo que quizá sea un poco más original y alegre que la media, y eso, en ocasiones, me ha generado estar rodeada de esto, sobre todo de parte de las mujeres. Lo siento profundamente, porque en realidad, tienen un corazón precioso que debería ser su foco de atención y no el ajeno. 

Mi forma de combatir esto es ignorando y siguiendo, siendo yo misma. Al fin y al cabo, el problema no es mío. Siento que convivan con ese sentimiento destructivo. Por mi parte me enfoco en ser feliz y en dar siempre lo mejor de mí. Y cuando veo que no puedo dar lo mejor de mí, me aparto. Así de sencillo. Apartarse de personas así es cuidarse a uno mismo. Es salvaguardar nuestra salud mental. 

Deseo que os liberéis de esa carga pesada que son los sentimientos bajos y cultivéis en la medida de la posible, los mejores sentimientos, que se reconocen fácilmente porque son aquellos que nos hacen sentir bien. Todo en la vida es una elección y nosotros somos los máximos responsables de cómo nos tomamos y vivimos las cosas. Intentemos elegir aquello que nos eleva.

Un fuerte abrazo y a los que envidian, uno aún más fuerte, porque son quienes más los necesitan.  

 

Beatriz Casaus 2025 ©



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