martes, 16 de diciembre de 2025

La reconciliación más importante

“Lo mejor del mundo es saber cómo pertenecer a uno mismo.” (Michel de Montaigne)


“Tú mismo, tanto como cualquier otro ser en el universo entero, mereces tu propio amor y afecto.” (Buda)


“Ser dueño de nuestras historias y amarnos a nosotros mismos a través de ese proceso, es lo más valiente que jamás haremos.” (Brené Brown)  





Hoy voy a abrir una pequeña ventana a mi pasado. Se ve que los genes morenos de mi padre prevalecieron sobre los de mi madre: ella es rubia de ojos azules y él, moreno de pura cepa. Por dentro, en cambio, soy una mezcla de ambos: mi madre me enseñó su mirada de bondad hacia el mundo, y mi padre, su incansable afán de aprender y su inquietud por la cultura. Entre tantas otras cosas. 

Como muchas personas en esta sociedad, hubo momentos en los que me sentí insegura por mi físico. Pero gracias al trabajo interno, hace años aprendí a amarme, a no minimizarme y a dejar de esconderme para no incomodar. Por eso no temo mostrarme en fotos ni a habitar mi cuerpo. Aceptarme se convirtió en uno de mis verbos preferidos. 


Y antes de hablar de lo mío, me parece importante recordar que incluso mujeres admiradas en todo el mundo pasaron por experiencias similares. La para mí, diosa Nicole Kidman, confesó que lo pasó mal durante su etapa escolar debido a su estatura, en una entrevista comentaba: “Medía casi 1.80 a los 14 años. Me molestaban, y no era agradable. Toda mi vida quise ser alguien de 1.58 y curvilínea”. La otra diosa del Olimpo Charlize Theron, comentaba que se metían con ella por lo mismo. Me parece desacertadísimo teniendo en cuenta que esa mujer es, para mí, un milagro de la naturaleza. 

 

En mi caso, salvando siempre las inalcanzables distancias, ocurrió algo parecido. De los 12 a los 15 años, algunas niñas se burlaban de mí por mis pies, porque calzaba un 41 a esa edad. Ellas presumían  de una talla 35-36. Como siempre he tenido sentido del humor, lo encajaba como podía, pero aquello no dejaba de doler. Desde parvulario solía ser la alta de la clase y la “demasiado delgada”. Mi cuerpo, sin pretenderlo, siempre fue tema de debate mucho antes de que yo aprendiera a habitarlo en vez de juzgarlo. Y por aquel entonces ya lidiaba con trastornos de la alimentación diagnosticados por profesionales. 


Hoy, sigo calzando un 41 de pie, porque mido 1.72-1.73 m (depende de la farmacia, jeje). Nadie nos explicó que la talla del pie adelantaba una proporción con la estatura. Con el tiempo descubrí que mi pie no era desproporcionado sino que era proporcional. Y sobre mi delgadez: superé mis batallas con la autoexigencia corporal, y, sin pelearme con la comida, hoy mi talla XS es simplemente consecuencia de estar bien, aunque algunas personas sigan opinando que es “demasiado delgada”. (Mis padres son delgados por constitución; algo tendrá que ver). No me avergüenzo de nada de mi cuerpo. Todo lo contrario, lo celebro. Me siento afortunada de haber hecho las paces con él. De tener un cuerpo que responde, se fortalece y me sostiene. La reconciliación más importante es con uno mismo. 


Imagino que, como las excompañeras de Nicole y Charlize, aquellas niñas, hoy adultas, quizá no se sientan orgullosas de cómo hicieron sentir a otras. No era maldad, era inseguridad y miedo mal gestionado. Se reían de quien despertaba lo que no sabían gestionar. (Lo irónico es que yo también era insegura y nunca hice algo así) Sé poco de ellas, salvo que conservan su número de pie. Cada una siguió su camino y creció a su manera.


La lección que quiero dejar es que nada justifica una burla, sobre todo a ciertas edades en las que aún no hemos construido nuestras propias herramientas personales para protegernos. Se puede hacer mucho daño y cargarlo durante el resto de la vida si no se sabe sanar.  Todos debemos aprender a habitar nuestra piel en paz. Y sobre todo, dejar a los demás tranquilos. Si no te gusta lo que ves en el espejo, cámbialo. Pero no se hiere a otro por miedo a mirar adentro. 


Todo esto me llevó a comprender algo más amplio. La vida no se ordena para complacernos. Y ahí entra la entropía. Por ello, a continuación, os dejo un poema sobre disfrutar dentro del caos que es la vida, porque nada en ella es perfecto. La ciencia lo explica con claridad: la segunda ley de la termodinámica dice que la entropía, la medida del desorden, siempre aumenta con el tiempo. Todo tiende al caos. Nada permanece quieto ni perfectamente ordenado. Y cuanto antes nos acostumbremos a nadar en sus aguas indómitas, sin control y en perfecto desorden, antes empezaremos a disfrutarla. Vivir no va de controlar, sino de fluir. 


“La segunda ley de la termodinámica establece que la entropía (medida del desorden) de un sistema aislado siempre tiende a aumentar con el tiempo. Esto significa que los sistemas evolucionan naturalmente hacia un estado de mayor desorden y aleatoriedad.”



Entropía



Con cada amanecer

la cuenta comienza de cero,

como si el mundo 

fingiera pureza

en cada nueva oportunidad.


Qué queda pendiente de disolver

en esta delicada burocracia del alma.


Dentro de la ansiada perfección

intentamos practicar 

una cirugía a la vida.


Meta pendiente:

aprender a ver 

en lo borroso del desorden,

bailar descalza en el caos,

saborear la confusión,

dilucidar claridad 

en el fárrago de la mente.


La voz astuta de dentro susurra,

pero cuando hay demasiado ruido

no se escucha.

Y este mundo distrae 

con miedo y ruido.


Mientras, 

el cuerpo delata la verdad implacable:

un temblor que nadie ve,

la fiebre señala

lo que se calla, 

un dolor inesperado,

la taquicardia traidora

que una emoción desboca.


Intentamos domesticar la intuición

en vez de fiarnos de su voz,

cuando es lo único que da paz 

al cuerpo desgastado 

bajo la piel 

de un presente no vivido.


Esperamos que todo esté en orden

para seguir,

como quien aguarda 

a que cicatrice el tiempo

antes de dar el siguiente paso.


Ahí se pierde la coherencia:

asumir que nunca nada va a estar en orden;

en una vida siempre falla algo;

nunca todo va a ser perfecto.


Encontrar silencio en el ruido,

saber que se puede estar bien 

aunque algo duela.

También se puede empezar,

sin estar listo.


Fluir en la angustia de la entropía,

no controlar lo que no es asunto mío,

sino el de la vida.


Nunca es el momento idóneo para nada,

por eso siempre es el momento idóneo.

No hay nadie seguro del todo.


Hay un espejismo subyacente:

la perfección es de naturaleza distraída.

Es admirable su constancia 

por querer ser  protagonista;

es más bien escurridiza, inalcanzable 

y tan falsa como una falda que no es corta.

Perseguirla es un delirio

que puede ser tragedia.


Nos empeñamos en anestesiar

con la sed de ordenar,

controlar, asegurar.

Es agarrarse al miedo

sin saltar al vacío.


El orden es apenas

la rebeldía momentánea

contra la naturaleza de las cosas.


No siempre se está preparado.

A veces hay que transitar

el camino sin saberlo.

Comenzar a andar

sin estarlo.


Un pilar consciente:

La rutina sostiene un espacio muy grande

entre el deseo y el sometimiento.

La incertidumbre acompaña

sin darte la mano.

El desastre, 

también sostiene.


Avanzar entre la paja,

abrir la puerta a lo desconocido,

y dejar que el mundo,

con su torpeza,

nos sorprenda.




Beatriz Casaus 2025 ©



lunes, 8 de diciembre de 2025

Cuando lo imposible sucede

“Donde entra el sol, no entra el médico.” (Hipócrates)

“Un milagro sucede cuando cambias lágrimas por oración y miedo por Fe.” (San Francisco de Asís)

“Es mucho más importante qué persona tiene la enfermedad que qué enfermedad tiene la persona.” (Hipócrates) 

Pantallazo que hice del documental "Heal"


Lo que voy a contar a continuación es un hecho real que ocurrió en julio de 2024. Me sucedió a mí y a mi pareja y, aunque es una anécdota increíble que nuestros conocidos ya saben, siento que es importante compartirla aquí, en un espacio donde más personas puedan leerla y comprender el poder de la curación y la Fe. No me había atrevido a contar esto antes, porque se requiere coraje para hacerlo. Pero he llegado a un punto de mi vida en el que ya no me enfoco en lo negativo que pueda despertar lo que comparto, sino en lo positivo que puede generar.

En julio del año pasado, mi pareja, nuestro perro y yo fuimos a un camping en pleno Pirineo francés. Íbamos a salir de ruta, pero aunque lo intentamos con chubasqueros, la lluvia hacía la caminata demasiado difícil. Decidimos posponerla para el día siguiente, cuando el tiempo sería mejor. Además, ese día a él le dolía bastante la espalda. Tiene siete hernias y, a veces, el dolor es complicado. Así que lo dejamos para más adelante.

Aprovechamos para acercarnos a Lourdes, en el sur de Francia, porque mi pareja sabe que siempre había querido ir, y me sorprendió llevándome porque sabía que me haría ilusión. En otros viajes anteriores también habíamos estado en Fátima (Portugal) y en Covadonga (Asturias).

Soy una persona muy intuitiva; enseguida capto las energías de los lugares, y allí la energía era sobrecogedora. Además una intensa paz envolvía todo aquello. Desde el momento en que llegué, y durante las tres horas que pasamos recorriendo el lugar, sentí una presencia de amor y bondad indescriptible. Mi corazón se desbordaba. Tanto, que empecé a llorar de emoción. Era como si algo dentro de mí se estremeciera de forma profundamente conmovedora, pero positiva. Una emoción de amor tan intensa que jamás la había sentido en ningún otro sitio.

Mi pareja no es espiritual ni creyente; aun así, siempre me dice que si algo me hace feliz, a él le da paz. Y así fue. No se quejó en ningún momento, el pobre. Incluso le vi calmado y relajado, contagiado por cómo yo estaba viviendo aquel lugar. Por mi parte, no soy beata, ni monja, ni santa ni nada de eso. Pero profeso una gran Fe tanto a Jesucristo como a la Virgen y a Dios, desde que era muy pequeña.

Había personas de muchos países que llegaban en autobuses y hacían cola para ser bañadas en unas piscinas con fines de curación. Todo el mundo era amable y bondadoso. Después de recorrer el lugar y encender una vela, le dije que podíamos irnos; él no me metió prisa, porque sabía cuánto estaba disfrutando de aquel lugar sagrado.

Ya de camino a la salida, vi unas fuentes donde la gente recogía agua para llevársela. El agua de Lourdes es conocida por su carácter milagroso, así que, en un impulso, le pedí que nos detuviéramos y se levantara la camiseta por la espalda. Sonrió porque intuyó lo que iba a hacer. Me hizo caso. Cogí agua de la fuente y la puse en la zona donde le dolía, mientras pedía en voz alta a la Virgen que, por favor, curara su espalda.

Después regresamos al camping. Durante el camino de vuelta nos entró un sueño muy profundo así que decidimos dormir una siesta. El sueño fue tan intenso que nos despertamos cuatro horas después, ya de noche. No dábamos crédito porque no solemos dormir siestas tan largas. Nos íbamos a preparar para salir a cenar cuando, al levantarse, mi pareja me dijo visiblemente sorprendido: “No te lo vas a creer: no me duele absolutamente nada.” ¡Y claro que le creía! Le abracé y di gracias a la Virgen en voz alta.

Desde ese día, aquel dolor nunca volvió. De vez en cuando siente alguna molestia muscular en el lumbar, pero nada comparable a los dolores anteriores. Meses después tenía una revisión de sus hernias y, al hacerse la resonancia, el médico no entendía nada. Le dijo que, comparándola con la de 2010, no había rastro de las siete hernias. Que no sabía cómo explicarlo. Habían desaparecido por completo.

Mi pareja me dijo que, desde aquel día en Lourdes, jamás volvió a dolerle. Él no tiene seguro si aquello sucedió como causa directa del agua de la Virgen, por casualidad o lo que fuera, pero yo sí estoy segura de ello. No compartió con el médico lo que había sucedido, pero lo cierto es que las dos resonancias fueron una evidencia científica y empírica de un caso de curación. Al menos, para mí sí. 

Mi pareja respeta profundamente mis creencias y me apoya, igual que yo le escucho cuando habla de lo que le apasiona. Existe un respeto y un aprendizaje mutuo. Pero él no es espiritual ni nada por el estilo, más bien diría que todo lo contrario. Es terrenal, lógico, escéptico y extremadamente racional. Por eso somos complementarios: él me aporta pragmatismo, claridad, lógica y raciocinio; y yo, espiritualidad, empatía, creatividad y fantasía. Nos admiramos y nos sostenemos desde esa diferencia. Siempre le digo que es como Santo Tomás, fiel a la frase “si no lo veo, no lo creo”, como cuando necesitó meter el dedo en la herida del costado de Jesús para creer que había resucitado.

Con este relato verídico, solo quiero invitaros a abrir la posibilidad de que esto es real. Y le ha pasado precisamente a la persona más escéptica y menos creyente que conozco. La curación espontánea existe, como existen muchas otras formas de sanación que aún no comprendemos. Abramos la mente e indaguemos un poco. Por supuesto siempre hay que seguir las indicaciones médicas, pero, invito a que estemos abiertos a nuevas posibilidades si pueden sumar. 

No voy a entrar en debates sobre la actual medicina ni la industria farmacéutica; no estoy aquí para eso. He aprendido que mi opinión personal no debo darla a la ligera sobre temas tan controvertidos. Sé que en ella hay personas que trabajan con la genuina intención de mejorar la salud de otros. Pero también soy crítica con ciertos aspectos.

Recomiendo el documental Heal en Amazon Prime. Me gustó bastante ;) Y la película “El jardinero fiel” de 2005 con Rachel Weisz y Ralph Fiennes.


¡Súper abrazo!


Beatriz Casaus 2025 ©



miércoles, 3 de diciembre de 2025

Quién es tu dueño

 “La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz.” (Hermann Hesse)

"Algunas personas son tan pobres, que lo único que tienen es dinero." (Bob Marley)

“Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo.” ((Leon Tolstói)





La semana pasada fue el famoso Black Friday y, con la Navidades a la vuelta de la esquina, entramos en la época más consumista del año.  Por eso quiero compartir un recordatorio: consumir no nos hace felices; ayudar, crear y compartir tiempo con la gente que amamos, sí.

Vivimos en un mundo plenamente consumista. El consumo favorece el crecimiento de la economía, y por eso se nos insta a comprar, a desear, a implantarnos necesidades materiales que no necesitamos para que la rueda de la vorágine del consumo siga girando. Gastar es sinónimo de abundancia, pero no necesariamente de plenitud. Aquello a lo que estamos apegados es nuestro dueño. Y muchas personas se aferran a lo material.

Comprar algo nos produce dopamina, ese chispazo químico que nos regala un instante de alegría, un placer fugaz y efímero. Sin embargo, pasado un tiempo, el efecto desaparece y volvemos a necesitar otro estímulo, otra compra, otro pequeño fogonazo que alivie el vacío que nunca se llena. Porque el bienestar no se encuentra en el placer momentáneo, sino en algo que va mucho más allá. Lo material puede distraer con placer pasajero, pero la paz interior, no. Lo único que llena cualquier vacío es Dios, y Dios está dentro de cada uno, no en el mundo de las formas. Por lo tanto, fuera de ti, nunca encontrarás el gozo verdadero sino distracción.

Mucha gente que aparentemente lo tiene todo, vive, aun así, con un hueco interno que ninguna compra consigue tapar. Porque el bienestar interior no tiene nada que ver con el tamaño de la cuenta bancaria, ni con la marca del coche, ni con cuántos metros cuadrados tiene una casa. Sin embargo, la sociedad nos enseña lo contrario, que más es mejor. Más estatus. Tener más. Se nos educa en el querer cada vez más y no en agradecer. Se alimenta la codicia y la ambición, pero rara vez el espíritu.

He visto personas con sueldos mínimos que ríen de verdad, que disfrutan de un café al sol como si fuera oro, que abrazan la vida con gratitud sin importar lo poco o lo mucho que tengan. Y también he observado lo contrario: personas con cifras enormes en sus cuentas, que estrenan, que acumulan… y aun así se sienten vacías.
La diferencia es que las primeras agradecen mientras las segundas sienten que siempre les falta algo. Hay quienes poseen muchas cosas, pero no poseen paz. Y otros que poseen muy poco, pero viven llenos. Confundimos abundancia con bendición, y posesión con plenitud, pero no siempre es así.

Quien está verdaderamente bendecido es profundamente agradecido. No presume, no acumula sin medida. Sabe que todo lo que tiene es un regalo, y desde ahí experimenta humildad, serenidad y un deseo real de compartir. Cuando uno está lleno por dentro, deja de vivir únicamente para sí. En cambio, quien vive atrapado en lo material nunca se siente satisfecho. Cuanto más tiene, más quiere. La abundancia sin sentido es, en realidad, un vacío muy bien decorado. 

A la sociedad no le interesa que tengas dinero propio, por eso te invita todo el tiempo a gastarlo. No le interesa que seas independiente, por eso reprime al emprendedor con impuestos. No le interesa que pienses por ti mismo, por eso tenemos un sistema educativo que forma empleados, no mentes libres. Nadie enseña educación financiera, pero sí se enseña a ser productivo, obediente, funcional. La forma de vida que proponen es trabajar para otro, ascender, consumir y callar. Nunca me atrajo la idea de trabajar en una empresa sino la de crear, ser auténtica y fiel a mí misma, ayudar y hacer de este lugar del universo, un sitio mejor.

En el Evangelio de Lucas, capítulo 4, el diablo llevó a Jesús a lo alto de una montaña y le ofreció "todos los reinos del mundo con toda su gloria" a cambio de que se inclinara solo una vez ante él. Es decir, lo que este mundo glorifica no siempre viene de Dios, sino de lo contrario. Por eso no podemos juzgar la bendición divina por lo que alguien tiene. No podemos suponer que quien más posee es quien más ha sido bendecido. Muchas veces ocurre justo al revés. 

Lo material puede llenar las manos, pero no el corazón. Puede ofrecer brillo externo, pero nunca descanso interno. Puede deslumbrar como una joya, pero no acompañarte en la noche oscura del alma. Jesús repite en varias ocasiones en el Nuevo Testamento, que “su Reino no es de este mundo”. Con ello nos recuerda que las posesiones, la riqueza, el éxito o la fama no son indicadores de su reino, de lo divino. No determinan nuestra valía. Su Reino es otro: uno que se mide en amor, en humildad, en conciencia, en verdad interior. El reino del espíritu, no el material. 

Para los budistas, la práctica para el desapego es la meditación, para Jesús, es el amor. A sus discípulos les decía: "Dejadlo todo y seguidme". Pudo haber elegido criarse en una familia con comodidades y sin embargo eligió la más humilde y se dedicó a ser carpintero. Pudo vivir con los mayores lujos y no lo hizo. Se pudo rodear de la gente adinerada de la época, y sin embargo, se rodeaba de los pobres y enfermos. También tuvo amigos con dinero que le facilitaron cierto sustento (José de Arimatea entre otros) pero eran personas que seguían sus enseñanzas. 

Por eso nos invita a desprendernos del apego a lo terrenal, no para vivir sin nada, sino para no ser esclavos de aquello que poseemos. Porque lo único que permanece es el amor. Todo lo demás pasa. A veces creemos que tenerlo todo es ser feliz: casas, vidas de revista, teléfonos de último modelo… pero, cuando miras más de cerca, descubres que muchos de esos brillos no iluminan. Que debajo, se esconden personas rotas vistiendo lujos o almas agotadas sosteniendo apariencias.

Siempre he sentido que lo único verdaderamente importante es el amor. También existe un hecho indiscutible. Cuando dejamos este cuerpo, no nos llevamos nada material. Y estoy segura de que cuando lleguemos al otro lado, no te van a preguntar por tus cuentas bancarias, títulos o promociones laborales. Creo que las únicas preguntas que importan allí y que harán, serán: ¿Cuánto amaste? ¿A quién ayudaste sin esperar nada? ¿Cuánto estuviste presente en tu vida? ¿Qué impronta de amor dejaste?

Nada externo llena ni sana un corazón herido. Nada comprado cura una falta de propósito. Nada material sustituye el amor verdadero. La paz no se compra. La plenitud no se finge. Al alma no se le engaña.

El bienestar real nace de dentro. Lo dije al inicio y lo sostengo, crear da felicidad, (un poema, una canción, un dibujo, un jersey para tu hijo…) ayudar a otros da felicidad (ofrecer servicio a quien lo necesita) y estar con las personas que se ama, da felicidad. Pero no hablo de esa alegría fugaz que se enciende y se apaga, sino de la que permanece. La que deja un poso cálido en el alma. 

La verdadera plenitud nace de la gratitud, de la coherencia entre lo que se siente y lo que se vive, de la calma que no depende de circunstancias externas, de la fe que sostiene y de un corazón limpio. Puedes tener poco y sentirte inmensamente rico, o poseerlo todo y sentir que no tienes nada. Porque la abundancia es otra cosa y no tiene que ver con lo que se tiene. Sino con lo que cultivamos en el interior, lo invisible.

Se trata de cambiar ambición por significado. Y sobre todo decidir a qué entregas tu vida y tu corazón…

¡Abrazote!


Beatriz Casaus 2025 ©




viernes, 21 de noviembre de 2025

No soy para todos

 “Mientras el ego dirija tu vida, la mayor parte de tus pensamientos, emociones y acciones surgirán del deseo y del miedo.” (Eckhart Tolle)

“Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En no ser un trepador social. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos, ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde.” (Pier Paolo Pasolini)

"Sólo en las circunstancias más aciagas de la vida sale a relucir sin disimulo el carácter de una persona. Sólo en tiempos de sufrimiento y privaciones se demuestra qué nos pertenece realmente, qué nos sigue siendo fiel y no puede sernos arrebatado". (Hermann Hesse)




Estamos bajo el influjo del stellium en Escorpio y esta entrada, tanto el texto como el poema que he escrito, es un reflejo representativo de ello. No esperéis que sea light. Vamos a desentrañar algo con lo que muchas personas todavía sufren y de lo que poco se habla. Pero antes, dejemos una premisa clara:

Nadie es para todos. No todos me quieren, me eligen, ni me desean. Igual que yo no quiero como pareja a todo el mundo, ni elijo, ni deseo a cualquiera. Y eso está perfectamente bien. De hecho, es lo natural.

No tengo interés en gustarle a todo el mundo porque, sencillamente, tampoco todo el mundo es para mí. Pretender agradar universalmente es una forma de agotamiento y de autoengaño; un juego venenoso del ego.

Hay que aprender a estar en paz con la idea de que habrá personas a las que no les interesemos. Eso no tiene nada que ver con nuestro valor. Es lo más natural del mundo. Sería casi antinatural resultar atractivo para todos.

Dicho esto, también están quienes no consiguen cerrar ciclos y se quedan enganchados en el pasado. Es una trampa que solo daña a quien la vive y que desgasta. He visto ese patrón repetirse en diferentes personas, tanto hombres como mujeres. 

Me comentan sin remordimiento vigilar a las nuevas parejas de sus “casi algo” o de sus exparejas. Desperdician tiempo valioso comparándose, perdiendo autoestima o deseando, incluso, que esas nuevas relaciones fracasen. Esto último me parece aberrante y no me canso de repetirlo. Y no son malas personas, solo están sostenidos en una emoción.

Hablamos de personas gobernadas por una herida. El ego no les permite asumir que fueron rechazadas y se quedan atrapadas en la pregunta infinita: “¿Por qué yo no y él/ella sí?”. Craso error ese, pues es un enfoque autodestructivo.

El otro día, sin ir más lejos, alguien cercano tuvo un accidente de tráfico y me comentó su temor, que ante una serie de desgracias consecutivas en su vida, tuviera algo que ver energéticamente la ex de su reciente nueva pareja, teniendo en cuenta lo que conoce de ella. Es decir, que hasta ese punto de daño puede hacer quien no sana y no permite vivir en paz a los demás.

Viven en comparación, incapaces de aceptar que la otra persona eligió y no fue a ell@s. Y no es culpa de nadie. Esa frustración se transforma en rabia, tristeza y, finalmente, en una adicción emocional. No son conscientes de que esa fijación solo empeora una baja autoestima, un apego ansioso y una profunda desconexión con su propia vida.

El ego no soporta admitir la pérdida, y vive anclada en historias que terminaron hace poco o mucho. Mientras tanto, la otra parte implicada probablemente ni siquiera los recuerda. He sido testigo de cómo su estado psicológico oscila entre la ira, la depresión y la negación, sin saber el daño que eso genera en su bienestar.

En mi caso, no me escondo en decir que he tenido bastantes relaciones sentimentales y muchos “casi algo” y cuando me entero de que un ex, o un “casi algo”, está con alguien, me alegro sinceramente por él. Le deseo lo mejor tanto a él como a su nueva pareja y sigo con mi vida. Esa es la verdadera señal de haber cerrado un ciclo desde el cariño y el respeto. Practicar dejar ir en paz.

También he vivido situaciones en las que no fui elegida. Y no pasa nada. Al principio duele, luego se acepta, se pasa el duelo, se desenamora y se sigue adelante. En una vida entera, quizá solo una o dos personas llegan a reconocernos de verdad, y eso ya es un milagro en un planeta con miles de millones de almas.

Aceptar que no todos nos van a elegir es un acto de humildad que baja del pedestal al ego. El amor no se mendiga ni se impone: simplemente sucede cuando es mutuo. Y no sucede con todo el mundo. Sucede pocas veces… pero cuando llega, se siente como un hogar.

Cuando alguien inicia una historia con otra persona, no tiene nada que ver contigo. Sencillamente ya no se está en esa ecuación. No es que no fueras suficiente, ni raro, ni menos valioso. Simplemente, no eras su persona. Y probablemente él/ella tampoco era la tuya. Hay que aceptarlo con madurez. Y si hiciste algo que llevó a esa persona a alejarse, toca autocrítica. 

Sinceramente, me alegro por todos esos vínculos que no florecieron conmigo, porque también dejaron su enseñanza. Les deseo crecimiento y felicidad. Si no era conmigo, que sea con quien realmente los haga brillar.

No pienso perder un minuto comparándome ni mirando atrás. Lo hice una vez y me arrepiento profundamente de ese error. Aquí nadie está exento de sombra... Una vez, hace muchos años, me descubrí mirando a una persona durante unos segundos. 

Lo hice sin intención de herir; solo fue un reflejo de la inseguridad que por aquel entonces atravesaba. Un impulso humano, pero no uno que me representara. Ocurrió el día después de un dato que recibí para que no hubiera malentendidos. Así que reaccioné desde la curiosidad y la vulnerabilidad. 

No me siento orgullosa de aquello y me responsabilizo. No volví a repetirlo, con nadie. No me interesan las miradas invasivas ni tampoco me gusta que las tengan conmigo. Nunca me han aportado nada las dinámicas de rivalidad en ningún ámbito. Siempre he tenido claro que, si algo exige eso, entonces no es un espacio en el que yo deba permanecer, y prefiero apartarme.

Aquella época me enseñó que estaba segura de mi vínculo y de mí. Y sobre todo me brindó con absoluta claridad qué no volvería a permitir en mi interior. 

Hoy veo a algunas personas atrapadas en esa obsesión y lo único que reflejan es una brecha abierta. Convertir la nostalgia en obsesión es dependencia emocional. Lo mejor es pasar página. Saber soltar y volver a uno mismo. Dejar de vigilar, de competir y por favor, dejar de alegrarse del fracaso ajeno. El rencor no embellece, sino todo lo contrario. El bienestar interior está en soltar con amor.

La verdadera libertad empieza cuando comprendes que no necesitas que todos te quieran. Ser elegido no es el premio; el premio es encontrarte a ti mismo mientras sueltas. Es darte valor sin depender de la aprobación ajena. Es mirar hacia adelante y, si tu vida no te llena, cambiarla. Obsesionarse con quien ya siguió su camino no es opción. Aceptar que no eres para todos. Y que no hace falta serlo es liberador. Lo serás para quien también lo sea para ti.

Es muy importante aprender a perder con dignidad. Todos hemos perdido alguna vez o varias veces. Recordar que el amor más grande que existe es el de quien sabe soltar.

Fuerte abrazo y otro que también me lo doy a mí. 


Beatriz Casaus 2025 ©


A continuación, un poema inspirado en procesos emocionales humanos:

Sangre rota


Se ahoga con una nube, 

espesa como un cuarto sin ventanas, 

suspendida sobre su memoria. 


Confunde el ocho con el ochenta,

la herida con el espejo,

la verdad con su reflejo distorsionado.


El placer se volvió un caramelo agrio, 

pegado al paladar del recuerdo,

fermentado en un silencio antiguo.


Rumia la congoja del rechazo

como res que no sabe morir. 

Escucha, por si el aire pronuncia 

su nombre en otra piel. 


Hambre de fallos, 

olfato fino para el error ajeno,

bebe desdicha como salvación.


En su incesante hurga,

celebra naufragios que no sanan,

queriendo drenar el suyo.


Se abre casa

en la carne irritada

que no cicatriza.


Vive en bucle detenido.

Se atrapa reviviendo 

la identidad que le brindaba.


Muerde un fantasma prestado,

apego a lo que ya no existe.


Idealiza hasta momificar

como si fuera tumba

y no puerta cerrada.


Es presa de sus propias cadenas. 

No hay furia más meticulosa

que el despecho no resuelto.


La sombra que alimenta un amor

que nunca se dijo en voz alta.


Habita el deseo no culminado,

pero no llega el final.

Tira del hilo del recuerdo

hasta arrancarse los días.


El peligro no es la herida,

ni el filo, ni la sangre.

El peligro es creerse dueño

de lo que nunca tuvo. 


Beatriz Casaus 2025 ©